Nombre: Manchas de color
Autor: Federico Gana
Editorial: Editorial Universidad de Concepción. Concepción, Chile. 2001
Primera Edición: Chile, 2000
Número Interno: R-5177
Federico Gana nación en Santiago el 15 de enero de 1868. Estudió abogacía pero casi no ejerció esta profesión. Fue secretario de la Legislación de Chile en Londres, cargo que perdió con el triunfo de la Revolución de 1891. Durante su estadía en Europa conoció la obra de Iván Turgueniev, autor que lo impresionó profundamente. Antes de regresar a Chile, viajó por Francia, Bélgica y Holanda, y conoció la cultura artística y literaria de esos países.
Llevó una vida bohemia de gran señor venido menos. Fue escritor esporádico, cuyo prestigio recién se consolidó con la publicación de Días de campo por el grupo Los X en 1916. Colaboró irregularmente en revistas y diarios, a los cuales enviaba sus relatos de vida campesina y sus ligeras impresiones que tituló Manchas de color.
Federico Gana contribuyó con su obra al desarrollo de los corrientes que definen el escenario literario de su época: a la realista-naturalista con sus cuentos campesinos y a la imaginativa con sus Manchas de color. Ambos aportes respondieron al unánime de renovación que animaban a la Generación de 1900. Sus integrantes siguieron atentamente la evolución de las letras europeas, a la vez que descubrieron la multifacético realidad de su país. Y este ímpetu renovador que impulsó el desarrollo de las artes, se manifestó en la sociedad como un decidido rechazo al exacerbado individualismo, material-hedonismo y convencionalismo de la vida burguesa.
“La característica fundamental de Federico Gana, su señal distintiva en el grupo de nuestros escritores, nos parece un prodigioso equilibrio: equilibrio de la forma externa, clásica, profundamente aristocrática, sencilla; equilibrio del fondo, romántico, sin violencias, sentimental sin exageraciones, compartido entre la tristeza y la dulzura de vivir, alternadas y confundidas invisiblemente.
Esta medida exacta de todos los elementos –sonido y sentido, color y pensamiento, plástica y abstracción- permítele dar la sensación de un mundo en unas cuantas frases, y sugerir la vida entera sin haber dicho, aparentemente, nada”. (Alone, “Manchas de color”, en La Nación, Santiago, 24 de febrero de 1935 p.3)
“Federico Gana identifica para sí mismo las fuerzas que, como anota, “forjaron mi mal”. Son ellas “los ojos codiciosos del malvado vulgar, con su resplandor áureo en las pupilas hondas” y “la ciudad bulle, chilla, resuena, ruge sordamente como una bestia hambrienta, insaciable”. El poeta va por las calles y siente que “nada hay más triste que no saber dónde ir; moverse como un insecto para satisfacer las necesidades de la vida brutal”. Las fuerzas a que se refiere Gana, y que fragmenta la realidad, resultan del efecto que ejerce la ciudadanía moderna sobre quienes la habitan y, en correspondencia con ello, la violencia con que despiertan la codicia y la ambición. El escritor percibe esas fuerzas, pero paga su conocimiento con un intenso sentimiento de soledad que es consecuencia del recelo de quienes no comprenden que conforman un mundo de seres enajenados cuya existencia ha quedado reducida a su pura dimensión animal”.
“Estos bocetos líricos, las Manchas de color que Federico Gana denominara poemas en prosa, parecen enunciados como a media voz. Ante la realidad presente evocan las resonancias de un romántico anhelo de unidad y totalidad. Ellos validan el recuerdo, la embriaguez., el ensueño, el amor y la poesía como las únicas posibilidades de asumir la existencia y de vivir”.
En la presente edición de Manchas de color seguimos las publicaciones hechas primero por Julio Molina Núñez y después por Alfonso M. Escudero. La secuencia de las Manchas respeta la establecida por este último, pero restituimos los títulos originales de los textos.
Esta publicación no pretende ser una edición crítica de Manchas de color. Por eso nos limitamos a entregar los poemas en prosa tal como fueron recopilados por los críticos antes nombrados. No obstante, puede que en ocasiones señalemos en alguna nota a pie de página la procedencia del texto, o hagamos referencia a alguna variante particularmente significativa.
Nos declaramos, pues, deudores de los trabajos pioneros realizados por Julio Molina Núñez en 1934 y por Alfonso M. Escudero en 1960.
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